jueves, 9 de julio de 2009

Mainz, la casa de la primera imprenta


En Mainz se pueden ver y hacer tantas cosas que un sólo día, como tuve yo, no da para tanto. Te quedas con ése saborcillo agridulce en la punta de la lengua que te dice que tienes ganas de más.





Mainz es la capital de Renania-Palatinado, al sur-oeste de Alemania, justo en la frontera con Hesse (estado federal donde resido yo actualmente). La primera vez que pasé por Mainz, mi estancia (si se puede llamar estancia a hacer transbordo en autobús) duró varios minutos, no llegando a los escasos 5. Era de noche, y tan sólo pude ver brevemente la estación de tren y las luces en las farolas de la calle, pero ya entonces supo cautivarme para dejarme con la intriga de saber más, conocer más.



Como tantas otras ciudades alemanas que se precien de tener cultura e historia antiguas (la de ésta ciudad se remonta a unos 2000 años atrás), su casco antiguo está totalmente adoquinado y tiene la ventaja de ser exclusivamente para peatones. Sus edificios históricos envuelven sus plazas, sus fuentes, sus farolas de hierro forjado, sus callejuelas, se retuercen una y otra vez sobre sí mismas para que cuando las sigas nunca acabes donde en un principio esperabas; y está todo tan bien empaquetado que al llegar te sientes como desenvolviendo un regalo de cumpleaños perfecto. Se entremezclan sus épocas pasadas, recordándote un glorioso reinado, o quizás imperio: fachwerkhäuser entre edificios de estilo rococó, casas y apartamentos del siglo XX, catedrales, jardines, una iglesia cada vez que te das la vuelta...


La Marktplatz (ya anteriormente he comentado que todas las ciudades de Alemania tienen una propia) es quien alberga la Mainzer Dom, una catedral impresionante y exquisita, que envuelve al visitante en un halo de misterio con sus interminables ventanales que arrojan una luz penumbrosa, sus efigies repletas de calaveras morbosas que parecen sonreírte o guiñarte un ojo si te despistas, escaleras que no se sabe muy bien a dónde llevan, cruces de las que brotan destellos dorados y piedras preciosas que parecen proteger de los males del mundo, órganos monumentales que no se sabe si su función es infundir miedo en los fieles o simplemente ser espectaculares.




Caminando por sus callejuelas de piedras redondeadas por el paso del tiempo, los cascos de caballos y las ruedas de los carruajes, uno se encuentra hermosos jardines coloridos hasta extasiar, el museo de Gutenberg, un teatro moderno en una plaza no tan moderna, fuentes indescriptibles de agua muy fría, y si andas mucho y te guías por una buena intuición, se tiene la suerte de llegar al río. El Rin, con su Theodor-Heuss-Brücke (aquí todos los puentes tienen nombres), sus puertas de entrada y salida que antiguamente sí servían para éste propósito, y los encantadores barquitos y a veces no tanto que te dan un paseo mágico por un módico precio.












Repetiría sin duda la experiencia, para continuar empapándome de su cultura.

2 comentarios:

  1. Lorraine, estás en FACEBOOK?

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  2. Te preguntaba por el Facebook para mandarte un mensaje con la direccion de la tienda donde trabajo en Palma, por si te apetece pasarte cuando vengas de vacaciones.

    Muy bonita la ciudad que detallas. Si hay algo que echo de menos ahora, es el no haber dispuesto de una camara de fotos digital cuando estuve en Suiza. Habría echo fotos a diestro y siniestro.

    Siento lo que ha pasado con tú amiga y espero que lo solucioneís satisfactoriamente.
    Cariñosos saludos.

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