Hoy decidí que, aunque no tuviera compañía, sí tenía por delante un día entero libre para mi uso y disfrute, y decidí cogerme de la mano con Düsseldorf y pasear con ella teniendo un primer contacto, y quién sabe si el principio de una bonita amistad. La verdad es que la relación promete.
Con un cielo azul de cuento, una temperatura similar a la de cuando la primavera comienza a parecerse al verano, y la cámara cargada y en mano, me he dispuesto a conseguir un mapa, y recorrer las calles, ávida de imágenes nuevas. La ciudad no se ha hecho de rogar. En cada calle, al doblar una esquina, al cruzar un puente, un semáforo, incluso cuando me acercaba a una papelera para tirar algo (que los alemanes son muy limpios!), allí había algo que ver, algo sorprendente, quizá nostálgico, melancólico, divertido, hermoso, limpio... algo que mi retina se encargaba de grabar, y mi cerebro de procesar, mientras mis manos se lanzaban a disparar foto tras foto de agua, aire, cielo, luz, piedra, historia... Magia.
Ésa especie de ángel que se te mete por debajo de la ropa, haciendo que se levante un poquito, sin dar frío, pero poniéndote los pelos de punta, y se va corriendo por las calles, cruza los puentes contigo, y juega a escapar entrando y saliendo por entre las miles de ventanas de los edificios Gehry. Y paseando por la Königsalle, mirando hacia Tiffany & Co e imaginando una escena de película llevada a la realidad.
Y en los radios de las bicicletas encadenadas de cualquier forma a las barandillas de hierro forjado de los puentes. Y en las esferas de cristal de las farolas hechas en la época de la 2ª Guerra
Mundial (igual que la gran mayoría de estaciones de tren antiguas). Y en la superficie de las piedras de las estatuas, o el metal que las forma siendo ése el caso. Y rozando acero y vidrio en las fachadas de los edificios de oficinas modernos y aerodinámicos. Y entre las plumas revoltosas de los patos del río, que nadan y pescan sin darse cuenta. Y bajo las sombrillas de las terrazas de los
biergartens que aprovechan los escasos días de pleno sol y buen tiempo de la temporada, antes de que sean sustituidos por lluvia, nieve y heladas. Y ondeando sobre la punta de la
Rheinturm cual bandera no autorizada.
Y susurrando entre los amarres de los barcos del puerto, curioso curioso como puerto que no es en mar, sinó en río. Y sentándose durante sólo un segundo en los bancos de madera en los que descansan los paseantes a ambas orillas del río, aquí una pareja joven que se besa, aquí unos padres ilusionados con su primer hijo, aquí un matrimonio mayor que se hace fotos mútuamente, que después enseñarán a sus nietos con orgullo.
Encantada de conocerte, Düsseldorf. Volveremos a vernos muy pronto!